María & Álvaro (matrimonio de Barcelona, España)

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Somos Álvaro de María Alba…

…y María Alba de Álvaro.

 

[A] Venimos de Barcelona y tenemos cuatro hijos. Tres que están aquí con nosotros, Jaime, Alfonso y Fernando; y José María, que está en el Cielo.

[MA] Nos casamos hace 16 años y nosotros estamos aquí porque Medjugorje en 2015 nos cambió la vida.

[A] Ya es la sexta vez que venimos a peregrinar. Venimos los dos de familias numerosas. María Alba son tres en casa y nosotros somos cuatro hermanos. Nos educamos en una familia católica y nos llevaron a colegios católicos, también.

[MA] De todas formas, era una fe bastante racional, podríamos decir. Creíamos en Dios, sabíamos que teníamos que creer en Dios, íbamos a Misa los domingos, nos confesábamos. Bueno, lo que un católico corriente suele hacer, ¿no?

[A] Si podía ser la Misa de veinte minutos, mejor que cuarenta. Si podían ser confesiones ligeritas, mejor que confesiones hechas con el corazón.

[MA] Y las confesiones antes de viajes, sí. No vaya a ser que caiga el avión… pero tampoco había que exagerar… (risas). Nosotros nos conocimos y después de tres años y medio nos casamos por la Iglesia. Fue una boda preciosa. Y ahora somos conscientes de que en ningún momento en nuestra boda pusimos a Dios en medio.  Había un sacramento pero no sabíamos realmente qué significaba.

[A] Nos coincidió también que, por temas laborales, nos cambiamos de ciudad y así pasó nuestro primer año, sin pena ni gloria. Y al cabo de un año a María Alba le diagnosticaron una depresión. Éramos unos chavalines porque nos habíamos casado con 24 y 27 años.

[MA] Cuando nos casamos, oíamos de amigos que “a los cinco años hay una crisis”, “a los siete, otra”. Y pensábamos, “esta gente no tiene amor”. Nosotros nos queríamos mucho y no nos hacía falta más. El matrimonio con amor es todo lo que hace falta.

[A] La verdad es que para los estándares de la vida de hoy, de lo que te vende la sociedad, realmente nuestro matrimonio era perfecto. Nos casamos de los primeros, éramos jóvenes, teníamos casa, teníamos buenos trabajos, no teníamos ningún problema de salud, teníamos una familia estupenda, amigos también. Era de estas cosas que decíamos “más en la vida no podemos pedir”, en la vida terrena, digamos.

[MA] Y así fueron pasando los años.  A mí me habían diagnosticado la depresión al año de casarnos, aunque ya la llevaba arrastrando desde antes. Así que estos primeros años de matrimonio que se supone que son los más felices, pues para nosotros no fueron así.

[A] Es verdad que no fueron años del todo malos, seguidos. María Alba iba a terapia, tomaba la medicación del psiquiatra, entonces siempre parecía que en algún momento pues iba a salir. Y en los momentos buenos, porque era un poco montaña rusa, pensábamos que ya todo había pasado y es cuando teníamos a nuestros hijos. Lo que pasa es que después de los hijos, obviamente, venía más trabajo, menos sueño, y estos nos volvía a arrastrar. Además, teníamos mala conciencia porque teníamos nuestros problemas y pensábamos que con otro hijo todo se iba a arreglar.  No sé.

[MA] Fueron pasando los años y, bueno, lo nuestro cada vez iba a peor. Y llegó un momento en que, en el que en verano de 2015, nuestro matrimonio no estaba roto, era lo siguiente. En verdad podemos decir que casi teníamos las maletas en la puerta para que cada uno siguiera su camino. Creíamos que era lo mejor para nosotros porque nos merecíamos la felicidad y juntos no éramos felices. También para nuestros hijos, porque habían estado viviendo un infierno.

[A] Nosotros fuimos a terapia con una psicóloga matrimonial. Para mí, el objetivo de esa terapia no era arreglar el matrimonio, sino que alguien ajeno a la familia nos dijera que lo nuestro se había acabado para que la decisión fuera más fácil, y no tuviera que tomar yo esa decisión. Entonces esa psicóloga nos dijo que lo nuestro era un divorcio sentimental y que lo mejor para los niños y para nosotros mismos era buscar nuestro propio camino. Así que allí estábamos, en verano de 2015, a punto de separarnos. Y en este punto yo siempre rompo aquí una lanza a favor de todas las suegras que, a veces, incluso siendo suegras, son instrumentos del Señor (risas). Perdón, es broma (risas) El caso es que los padres de María Alba llevan viniendo varios años aquí a Medjugorje. Nos habían dicho que viniéramos a Medjugorje pero no les hacíamos caso. Nos habían dicho que rezáramos el Rosario pero nosotros pensábamos que era cosa de abuelas, que no servía para nada y que eso de que se apareciera la Virgen pues lo veíamos como algo muy de antes, muy lejano.

[MA] Como hemos dicho, la nuestra era una fe racional y pensábamos “bueno, aunque se aparezca la Virgen, ¿qué?”, “en el hipotético caso de que sea real, ¿en qué nos va a afectar a nosotros que se aparezca la Virgen?”. Nos preguntábamos qué era eso de Medjugorje, en mitad de la montaña, un pueblo feo, en Bosnia Herzegovina. Lo único que yo había oído de Bosnia Herzegovina era la guerra, así que no me parecía nada atractivo. Pero, bueno, el Señor quiso que mi madre fuera persistente y al final “nos regalaron” una peregrinación a Medjugorje. Nuestro aniversario de boda es el 30 de septiembre y todo era una paradoja. Nuestro matrimonio ya estaba destrozado, ya teníamos las maletas, y nos regalan ir juntos a una peregrinación a un pueblo dejado de la mano de Dios.

[A] Además, sin ninguna expectativa. Porque ya sabíamos de la Virgen María, la conocíamos desde pequeños. Y no entendíamos qué podría haber de diferente aquí. Lo cierto es que estábamos ya tan mal, tan destrozados, que por no discutir pues allí nos metimos en el avión. Eso sí, íbamos sonriendo, cogiditos de la  mano, todo era ideal de cara a los demás. Todo era fantástico, ¿no?

[MA] Luego esto lo hemos hablado con mucha gente. Y es, un poco, lo que la sociedad nos vende. “Tú vende la foto de que todo va bien, de que tu matrimonio es perfecto, sonrisa, dientes, que es lo que hay que vender, que todo va bien y no hay problemas”. Así que así llegamos a la peregrinación: juntitos, aparentemente felices, y todo ideal. Y aquí ¿qué pasó? Pues no pasó nada. Fue una peregrinación de cinco o seis días en septiembre de 2015, que coincidía con la fecha de nuestro aniversario y con la aparición del día 2 de octubre de Mirjiana. Pero no pasó nada extraordinario. Fuimos a la aparición, no vimos a la Virgen, no sé si llegamos a ver a la vidente, no olimos a rosas ni el sol bailó. No hubo nada. Medjugorje no tenía nada. Era un pueblo feo, con algunas tiendas de souvenirs. Sin embargo, aquí pasó todo.

[A] Nosotros decimos siempre que esto es de la Virgen. Ella es la humildad personificada. Entonces en ningún momento nos dio una efusión del Espíritu Santo,  ni nada raro… No vimos nada extraño ni físico. Había matrimonios que decían que habían visto bailar el Sol pero nosotros no veíamos nada. Y sin darnos cuenta, este amor de la Virgen María poco a poco nos iba calando, y nos iba calando, y nosotros no nos estábamos dando cuenta. Pero Ella es tan fina y tan delicada que lo hacía, yo creo, para no asustarnos, para que nos dejáramos poco a poco llevar y fuéramos abriendo el corazón.

[MA] Podríamos decir que vinimos dos corazones de piedra y, poco a poco, aquí la Virgen fue quitando esa coraza que llevábamos para poder entrar en nosotros y darnos cuenta de que, realmente, lo nuestro no tenía solución por nuestros medios. Que la única solución que teníamos era poner a Dios en medio. Y aquí fue donde descubrimos ese Rosario, el Rosario de abuelas, que es la salvación de todo, de todo matrimonio, de todo cristiano. Es ir de la mano de la Virgen. Y empezamos con el primer Rosario. Nosotros habíamos estudiado en colegios religiosos, con familias religiosas, pero realmente no sabíamos cómo hacerlo. Tuvimos que comprar el librito para saber qué significaban las cuentas. Recuerdo que lo rezamos en la habitación. Nos sentamos los dos en la cama, nos pusimos a rezar y fue my gracioso porque acabamos los dos partiéndonos de risa. Dijimos “es el peor Rosario de la historia, seguro que la Virgen en el Cielo se lo está pasando bomba con nosotros, porque no hay un Rosario peor rezado que este” (risas). Y desde entonces, empezó a cambiar todo. Realmente, nosotros decimos que en la peregrinación no pasó nada pero, poco a poco, esos corazones se transformaron después, y se fue limpiando también nuestra mirada.

[A] Fue muy importante la confesión. Mis confesiones eran penosas. Yo había ido a comulgar todos los días de mi vida sin estar en gracia de Dios. Pero nada más aterrizar, sentimos los dos a la vez una necesidad enorme de confesarnos. Allí estuvimos cuatro horas porque solo había un sacerdote que hablaba español. Fueron cuatro horas con una ventolera y un frío, que hacía, horrible. Y allí tuvimos nuestra primera confesión de verdad. Y, además, con un sacerdote que fue increíble porque después de explicarle muchísimas cosas muy feas de muchos años, cuando acabamos, el sacerdote tenía una cara de felicidad que yo no me lo podía creer. Pensaba, “con las barbaridades que le he contado, pero está feliz”. Yo veía la sonrisa de Jesús, que estaba contento de que estuviéramos allí, que nos perdonaba todo y que nos decía: “vacía la mochila, no mires atrás y a partir de ahora llénate solamente de cosas de Dios”.

[MA] Yo recuerdo que en mi casa, si ibas a hacer un viaje te confesabas para que, si se caía el avión, ya no ibas al infierno tan directo, ¿no? Por eso, la semana antes del viaje yo me fui a confesar. Pero en Medjugorje sentí la necesidad de confesarme de nuevo, de vaciar todo, de dejar todo limpio. Al entrar en el confesionario el sacerdote me preguntó cuánto tiempo había pasado desde mi última confesión. Me había confesado la semana anterior pero, de repente, me salió del corazón decir “diez años”. Empecé a llorar y allí salió lo que el Espíritu Santo quiso. Yo no sé cuánto tiempo estuve (¡pobres, los que estuvieran esperando!). Fue una liberación y la mejor forma de empezar la peregrinación. Nos saltamos el Rosario, la Misa, la adoración, nos lo saltamos todo ese día pero empezamos con la hoja en blanco. Empezamos de cero. La verdad es que íbamos a Medjugorje con pocas ganas pero en ese momento parece que fue cuando se abrió el Cielo y la Virgen dijo, “vamos a empezar a trabajar”.

[A] Y así fue toda la peregrinación. Los Rosarios, las adoraciones impresionantes, las Misas increíbles… y, sin más, pues volvimos a casa. En el avión de vuelta notamos que estábamos con muchísima paz. Claro, llevábamos nueve años de muchos gritos, de muchas faltas de respeto, reproches, odio, rencor. Volvimos con una paz que no recordábamos, quizás, desde el noviazgo. Y no sabíamos por qué. Nos decíamos “pero ¿qué ha pasado?, ¿en qué momento concreto de la peregrinación ha habido un click?” No había pasado nada, pero había pasado todo. Yo soy, o era, de pocos sentimientos, de poco sentir las cosas, muy racional, y recuerdo que al día siguiente me levanté pronto para rezar el Rosario y la Virgen me tocó de forma especial. Es muy difícil describirlo, pero me hizo sentir el dolor que Ella había tenido tantos años que había estado yo lejos. No era un dolor de reproche, ni que me juzgara. Todo lo contrario. Sentía que me decía “qué bien, hijo mío, que has vuelto a casa”. Me derrumbé en el suelo y no paré de llorar. Estuve un buen rato llorando. Se levantó María Alba, yo seguía llorando, nos abrazamos, yo seguía llorando. Era como el hijo pródigo y el amor de una Madre que llevaba esperándome toda la vida, como si me dijera “¡lo que has tardado! ¡Y lo que he tenido que hacer! ¡Y lo que has tenido que pasar, para darte cuenta de lo que son las cosas!”. Y tiene razón. En realidad, cuando buscamos las soluciones en sitios que no son de Dios, pues pasa lo que pasa.     

[MA] Poco a poco empezamos a a enfocar nuestra vida tendiendo presente a la Virgen, al Señor, que nos fue llevando por varios caminos para llegar a completar un poco lo que la Virgen quería. Necesitábamos estar con el Señor, encontrarlo y poner a Dios en nuestro matrimonio. A la Virgen ya nos la trajimos de Medjugorje, ya estaba en medio, y poco a poco nos fue encaminando. Hicimos unos retiros donde pudimos acercarnos también más al Señor. Aquí en Medjugorje, la primera vez, nos sentimos muy marianos los dos, muy cerca de la Virgen y Ella nos ha ido llevando hacia Su Hijo, que es lo importante. Gracias a algunos retiros hemos sanando muchísimo, empezamos a ver la luz y poco a poco encaminándonos. Hicimos un retiro para matrimonios, donde descubrimos realmente lo que era el matrimonio y, además, lo hicimos de la mano de la Virgen, que nos pudo llevar a donde Ella quería.

[A] Cuando me fui de Medjugorje yo salí enamorado de María. Me enamoré muchísimo de María. Me enamoré tanto y quería quererla tanto que a Jesús (pobrecito) lo tenía de lado (risas). Pero es muy bonito como a lo largo de estos años María nos fue llevando siempre hacia Dios. Cada retiro, cada paso que dábamos era hacia el Señor y Ella, discreta siempre, en un segundo plano.

[MA] Sí. La Virgen siempre es muy humilde y, muy sutilmente, lo va haciendo con ese cariño de una Madre que te va llevando y nos dice “yo os quiero mucho pero os quiero llevar hacia mi Hijo y os quiero llevar hacia el Padre, que es realmente quien os va a llevar al Cielo”.

[A] Hoy en día, estamos dedicados a tope a estar con Ella y por Ella, a través de un proyecto para ayudar a las familias y los matrimonios full time. Y siempre con ganas locas de volver aquí, ¿no? Para nosotros es la sexta vez, creo que lo hemos dicho ya. No es la séptima o la octava porque no hemos podido o por el tema del covid, que no nos lo ha permitido la situación. Para nosotros, Medjugorje es nuestra casa. Da igual si conocemos a estupendos peregrinos que vienen con nosotros, da igual si no los conocemos, da igual el programa.

[MA] Y podemos venir una y mil veces pero siempre es como la primera vez. La Virgen nos regala algo en cada peregrinación. Muchas veces nos regala cosas relacionadas con el Rosario.  En nuestra familia lo rezábamos nosotros, luego nos pusimos a rezarlo con los niños durmiendo o medio dormidos, y ahora ya pues los niños también rezan sus misterios. Poco a poco, la Virgen nos está enseñando, como familia, a acercarnos más al Señor y a tenerLos presentes en nuestro matrimonio.

[A] Algunas veces hemos venido sin niños y otras veces con niños. Y la parte más espiritual, más de Dios, de los niños, la Virgen nos la muestra aquí en Medjugorje. Todo lo que en casa son cabezotas y tozudos y tienes que estar pelándote con ellos todo el día… cuando llegan aquí, de repente, les sale a ellos mismos rezar el Rosario, les sale subir al Monte de la Cruz descalzos. Y dices “madre mía, ¡pero si te estabas quejando porque la zapatilla te hacía un poco de daño esta mañana o ayer, y de repente ahora me estás pidiendo: por favor ¿me puedo quitar los zapatos para subir descalzo?!” Y yo le digo, “pues claro”, y yo detrás. ¡Te regala la Virgen siempre unas cosas tan maravillosas! Claro, es que estás en Su casa, es la casa de María y aquí nos sentimos muy queridos.

[MA] La verdad es que crea mono. Nos dice Nikola siempre que “vas por primera vez a Medjugorje” y nunca hay una última porque es siempre la Virgen quien te invita. Y nosotros sentimos esa necesidad. Es, como dice Álvaro. Sentimos que volvemos a casa. Yo tengo un corazón que va para arriba, para abajo, a toda pastilla, y cuando vengo a Medjugorje es como que el corazón se para, porque ya está en paz. Ya está en casa y no necesitas nada más. Necesitas ir ante el Santísimo y estar aquí. Caminar, rezar, estar bajo el manto de la Virgen, sabiendo que todo lo que pase aquí es porque Ella quiere, porque Ella lo permite. Y, de alguna manera, algo bueno va a salir. Algo mejor todavía. Y es un regalo cada vez que estamos.

Medjugorje, junio 2022

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