Padre Francisco (sacerdote de la comunidad de los Hermanos de Nuestra Señora de La Luz, Murcia, España)
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Soy el padre Francisco, de la comunidad de los Hermanos de Nuestra Señora de La Luz en Murcia. Llevo 17 años de vida sacerdotal y desde el año 2006 soy peregrino aquí en Medjugorje.
Por primera vez oí hablar de Medjugorje tras mi ordenación sacerdotal, por una persona que necesitaba un sacerdote de apoyo para su peregrinación. En principio, lo que había oido hablar de Medjugorje hasta ese momento me llenaba de ciertas dudas, de ciertas inquietudes. Vine, quizás, con la intención de poder ver con mis propios ojos este acontecimiento y poder establecer mi propio juicio acerca de lo que escuchaba hasta ese momento.
El primer día que llegué a Medjugorje llegué para el Festival de Jóvenes en agosto de 2006. Tuve la inquietud de acercarme a la explanada del Santuario, para conocer el ambiente, el movimiento que había en aquél momento y me fijé que había sacerdotes que estaban en ese momento confesando. Me di cuenta de que no había ningún sacerdote confesando en español, así que preparé las dos sillas que normalmente se suelen colocar en la explanada; coloqué el letrero de español, y me senté a confesar. Quizás eran, más o menos, las 10:30 o las 11 de la mañana y estuve confesando hasta la celebración de la Santa Misa y después volví nuevamente a sentarme en el confesionario hasta, más o menos, las 10 o las 11 de la noche. Quizás, el haber tenido como primera experiencia el confesionario me sirvió para resolver casi todas mis dudas, especialmente porque pude percibir el fruto de conversión en cada uno de los penitentes que en algún momento se acercaban a buscar la reconciliación con el Señor. Bastó simplemente el hecho de ver el cambio que experimentaban las personas cuando llegaban al confesionario, cuando abrían su corazón y experimentaban el amor de Dios. Eso me hizo decirme interiormente “esto tiene que ser cierto”, “esto es verdad”, “aquí está la Virgen y aquí está el Señor”.
Ese primer viaje a Medjugorje, dentro de un festival de jóvenes, fue una explosión de experiencias: escuchar testimonios, ver la experiencia de los jóvenes, el encuentro con el Señor. Me dejó, lo primero de todo, la sensación de saber que estaba en una tierra bendecida por la Virgen. Pude ver, en un ambiente de oración, de apertura a Dios, cuánto bien puede experimentar el corazón de una persona, cuánta paz puede experimentar aquella persona que en algún momento puede abrir su corazón a la experiencia de la misericordia del Señor. Tenía la inquietud, en algún momento, de decir “tengo que volver”, “tengo que intentar, de algún modo, que otras personas puedan conocer esta experiencia y puedan darse cuenta de lo que pasa en este lugar”. Casi, que me sumé a los que podríamos considerar en ese momento “Medjugorjianos”. Aquellos que en algún momento veían este santuario como una oportunidad extraordinaria de gracia y donde se ponía en práctica lo que decía San Pablo: “hay de mí si no anuncio, si no predico” y si no doy a conocer toda esa gracia que pude recibir en mi corazón. Incluso, como sacerdote, en la experiencia del servicio y en la entrega a los peregrinos.
Creo que lo que más me gusta de Medjugorje es la Adoración al Santísimo Sacramento. Es particularmente especial ver cómo tantas y tantas y tantas personas son capaces de caer de rodillas ante la presencia del Santísimo Sacramento en la explanada. Con ese silencio, con esa devoción. Puedes escuchar perfectamente la naturaleza, aún a pesar de que haya miles y miles de peregrinos. Yo diría que es una experiencia transfigurada, teniendo en cuenta lo que la Palabra de Dios nos cuenta acerca del Monte Tabor, muchas veces ha venido a mi corazón esa especial sensación de decir “qué bueno es estar aquí”, “qué bueno es estar en la presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento”. Es verdad que hay otros elementos que captan mucho mi atención, especialmente los montes, que son lugares de oración, son lugares donde muchas personas tienen también una experiencia de recogimiento, una experiencia de ofrecimiento personal y sacrificio. Y creo que son un signo fehaciente aquí, también, en medio de Medjugorje de esa especial apertura del corazón a los mensajes de la Virgen y a la experiencia de Dios.
Medjugorje es algo que no se puede entender tan fácilmente desde la cabeza. Creo que hay que entenderlo a la luz de la gracia y de la misericordia del Señor. En un lugar tan alejado, tan desconocido, que haya todo este movimiento de gracia es algo que solamente se puede entender a la luz de la iniciativa amorosa de Dios, a través de nuestra Madre, de la Virgen. Ella nos llama y nos convoca para que podamos abrir el corazón, para que podamos responder ante las diversas provocaciones que hoy encontramos en el mundo en el que vivimos y para suscitar una escuela de espiritualidad. Un escuela fuerte de experiencia de Dios que pueda, en algún momento, ayudarnos a alcanzar esa necesaria paz que todos en el fondo buscamos. No solamente, en la consideración de la relación entre cada uno de nosotros como hijos de Dios, sino especialmente en la relación, quizás, más importante, que es la relación nuestra con el Padre, con nuestro Dios. La Paz es una garantía de la permanencia de nuestra alma en comunión con una gracia que permite que podamos enfrentar diversas situaciones de la vida con un corazón dilatado, con un corazón magnánimo, con un corazón capaz de poder transformar muchos de estos elementos que hay a nuestro alrededor: discordia, división, odio, rencor. Que permite que seamos capaces de transformar todo eso en amor. Creo que es lo que las personas son capaces de acoger y que transforma tanto la vida que hace que en algún momento esto se vaya comunicando, se vaya transmitiendo de voz a voz. Y que haya hecho que miles, miles no, que millones de peregrinos se hayan acercado a este sitio para poder experimentar esta gracia. Y por los tiempos que vivimos, parece una llamada urgente de Dios para dar una respuesta adecuada ante tanta necesidad presente en el corazón de Sus Hijos. Creo que es una llamada, fundamentalmente, al amor y a través de la figura maternal y tan cercana y tan íntima como la de nuestra Madre del Cielo.
La primera vez que vine a Medjugorje fue por una persona llamada Milagros Otero que organizaba peregrinaciones desde Toledo. Nos quedamos en una pensión que queda justo al lado del Monte de las Apariciones, el Monte Podbrdo. Justo en ese primer año que yo vengo a Medjugorje, Rafa Lozano viene con el padre Cruz, con Jesús García y con Carlos, un chico joven. Venían en furgoneta desde Madrid. Coincidimos en la misma casa y, en ese momento, con esa vivencia que tuvimos durante aquel Festival de Jóvenes de 2006, se cimentó la base de la gran amistad que nos acompañó desde entonces. A partir de la inquietud que tenía Rafa de querer traer a mucha gente, que conozcan esta realidad de Medjugorje, la comunidad, tanto de los Hermanos como de las Hermanas que en aquel momento estaban en España, vimos la oportunidad de seguir viniendo a los Festivales de Jóvenes para dar a conocer esto en nuestras iglesias particulares.
Para mí el encuentro y la amistad con Rafa Lozano supuso fundamentalmente encontrarme con un alma gemela. Un alma que tenía quizás las mismas inquietudes que yo podía experimentar en mi corazón; un alma que vivía su servicio y su entrega a la Iglesia buscando favorecer que el Evangelio, que el anuncio de Cristo llegara al corazón de la familia, al corazón de los matrimonios, tan necesitados de una respuesta de amor, de sostenimiento, fortaleza. Nos conocimos de una manera indirecta en el encuentro mundial de las familias gracias a un stand que habían puesto las hermanas para dicho encuentro y, al llegar aquí y atar cabos, nos dimos cuenta de que teníamos ese mismo propósito. A partir de ahí, empezamos a trabajar juntos en poder transmitir y comunicar gran parte de las enseñanzas y catequesis de San Juan Pablo II (porque en ese momento él estaba vinculado al Instituto San Juan Pablo II). Así fue como surgió la idea en ese momento de plantearnos el hecho de apoyar y apostar por dar a conocer el Evangelio del matrimonio y de la familia a personas que, en algún momento, tuviesen necesidad de ello. Sobre todo, y especialmente, alrededor de Madrid. A ese trabajo conjunto que hacíamos entre la comunidad y su familia, Rafa aportaba el impulso, la motivación. Rafa era un motivador nato, era capaz de arrastrar a las personas, gracias a su gran don de gentes, gracias a su carisma, y ponía un ambiente de comunidad, de cariño, de fervor, para tratar de cumplir con los fines que en algún momento nos habíamos propuesto.
¿Venir a Medjugorje con Rafa Lozano? Digamos que con Rafa las cosas siempre estaban dentro del marco de “¡lo que salga!” (risas). Era una persona que, de algún modo, enfrentaba las situaciones con una gran confianza en que si las cosas las llevaba Dios, a pesar de no tener una gran preparación ni logística, pues al final Dios las llevaría por delante. Era una gran aventura, tomar unos cuantos autobuses, lanzarte a la aventura de tres días de camino a Medjugorje y regresar después a través de Santuarios. Por todo lo que te podías encontrar en el camino, por todos los inconvenientes, las tiendas de campaña, las Misas en el camino… Rafa siempre tenía esa capacidad de ver las cosas con alegría, con entusiasmo y, sobre todo, con humor. Con esa forma de “hacerse el tonto” (risas) que hacía que, en algún momento, cualquier circunstancia por difícil que fuera, al final se podía asumir desde Dios, desde la alegría y el gozo de saber que, a fin de cuentas, íbamos caminando como Iglesia, hacia el encuentro del Señor y de la Virgen.
Creo, como sacerdote, que Medjugorje es una extraordinaria oportunidad para renovar el sentido de la propia vocación sacerdotal. Al final, la vocación sacerdotal es hacer presente a Cristo y hacer presente el amor del Señor a través, y especialmente, del ministerio de la Reconciliación y del ministerio de la celebración de la Santa Misa, la actualización de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Aquí en Medjugorje se acuña muchas veces la frase “Medjugorje es el confesionario del mundo”. Para todo sacerdote, el poder prestar su servicio como confesor y, sobre todo, por las gracias tan abundantes que surgen en este lugar, es una oportunidad muy hermosa de poder contemplar cómo a través de ti el Señor realiza esta acción que es, por sí misma, uno de los milagros más extraordinarios de Medjugorje: dar la reconciliación y el perdón. Vemos cómo puede una persona, que está muerta interiormente, que tiene angustia, que tiene desesperación, que tiene tristeza, renovar su corazón a través de la reconciliación, a través del papel que cumple el sacerdote ofreciéndole el perdón. Lo vemos y lo constatamos cuando las personas entran al confesionario, perdidas, atribuladas y salen, muchas veces, emocionadas, dando gracias a Dios por esa posibilidad. Y es algo que, de algún modo, nos sobrecoge porque contemplamos ahí, frente a nuestros ojos, en nuestra propia vivencia, que realmente el Señor hace nuevas todas las cosas en el corazón de los Hijos de Dios. Medjugorje tiene ese especial halo de conversión y de gracia y es un privilegio para nosotros, como sacerdotes, el poder verlo en primera persona a través del sacramento de la Reconciliación.
Y creo que lo otro bonito que tiene Medjugorje es ver, a través de la celebración de la Santa Misa, el valor de la eclesialidad. El valor de ver cómo sacerdotes de múltiples nacionalidades, de múltiples lenguas, somos capaces de celebrar la Santa Misa en un ambiente de unidad y de comunión, de ofrecer ese santo sacrificio y de ver como toda la Iglesia (indistintamente del origen, de su realidad eclesial, del continente) se da dentro de un plano de extraordinaria comunión. La celebración de la Eucaristía es la cima y la fuente de la vida cristiana y aquí, en Medjugorje, es una expresión extraordinaria de lo que es el valor del sacerdocio entregado al servicio del pueblo de Dios. Sobre todo, en lo que llamamos la programación vespertina, el rezo del Rosario, la celebración de la Santa Misa, las actividades posteriores, como la Adoración del Santísimo, la veneración de la Cruz, la oración de sanación.
Para mí, venir a Medjugorje es como recargar baterías. Es retomar el camino de mi propia vocación sacerdotal, retomar el Amor primero. Por eso, para mí es una visita obligada en mi programación de actividades pastorales a lo largo de un año litúrgico. A un sacerdote que todavía tiene sus prejuicios, su prudencia, a la hora de venir a este lugar, puedo decirle que le entiendo. Porque yo fui el primero que, en algún momento, vine con esa inquietud. Pero creo que a veces es necesario estar para poder hacernos un juicio mucho más certero, mucho más objetivo y mucho más realista. Entiendo que fenómenos sobrenaturales, apariciones… siempre, de algún modo, plantee para todos nosotros un ejercicio de prudencia, pero es importante estar presente para que, en algún momento, pueda tu corazón sacerdotal hacer una aproximación ante una realidad que creo que, por la grandeza y por la excelencia de los frutos, podríamos en algún momento constatar que viene de Dios. Pero necesitamos dar ese paso. Es un paso de confianza. Tenemos que, simplemente, mirar hacia adelante con la confianza de saber que si las cosas son de Dios, si el Espíritu Santo está presente, si realmente la Virgen María se está manifestando en este lugar, como dice la Palabra, “por los frutos lo conoceréis”. Por los frutos os daréis cuenta de que esto realmente es de Dios. Muy probablemente, la gran mayoría de sacerdotes ha tenido la experiencia de poder visitar algún Santuario de los conocidos, como Fátima, como Lourdes. Yo haría una invitación. Yo le diría a todo sacerdote que aquí, en Medjugorje, hay también ese especial halo de presencia y de gracia y que puede ser, no solamente beneficioso para la persona dentro de su propia vocación, sino especialmente por la gran necesidad que existe de que los peregrinos sean acompañados y protegidos por nuestro ministerio sacerdotal.
¡¡Veníos!!
Medjugorje, junio 2022.
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