Padre Francisco (sacerdote diocesano de Valencia)

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Me llamo Francisco. Soy sacerdote diocesano de la diócesis de Valencia, y llevo ordenado desde 2005. Siendo muy pequeñito entré en el seminario —con doce años entré en el seminario menor— y, desde entonces, le doy muchísimas gracias a Dios por la vocación que me ha dado y por cómo he ido poquito a poquito conociendo a la Virgen María. Pero, bien es verdad, que hay una fecha y un lugar muy significativo en que la conocí de una forma muy especial. La fecha es 2014 y el lugar fue Medjugorje. Un lugar donde viví una experiencia de encuentro muy bonita con Ella. Sabemos que nuestra fe es una fe que está llamada a ser siempre un encuentro continuo. Y así, fue. 

En ese 2014 —siempre lo recordaré— me encontré con una Madre. Una Madre que me abrió a la vida en el Espíritu. Eso no significa que antes no hubiera estado abierto, pero  sí que fue significativo este cambio. La experiencia de la presencia del Espíritu Santo, el deseo especial en clave de nueva evangelización que entró en mi vida, con todas la personas que me puso en esa peregrinación, me llevó a un cambio personal y comunitario, allí donde estaba. Desde entonces, la visita a Medjugorje —entre comillas, casi obligada—, en clave de acción de gracias, ha sido continua. 

¿Cuándo escuchó hablar de Medjugorje por primera vez?

La primera vez que escuché hablar de Medjugorje fue en una comida de sacerdotes y recuerdo cómo hablaban algunos sacerdotes que ya habían ido. Yo lo escuché y, movido por la curiosidad que siempre el Señor me ha puesto en el corazón, les dije yo a ellos “yo quiero ir a Medjugorje” y uno de ellos me dijo “primero, te tiene que invitar la Virgen, la Madre”. Yo, a este buen amigo, le dije “siempre estás igual, qué beato eres, siempre diciendo estas cosas” (risas). Se rió de mí. Y tuvo razón, porque tiempo después, él mismo me dijo “¿a ti te interesaría ir a Medjugorje?”. Cuando él me propuso yo le dije “pues si me cuadran las fechas de las vacaciones, adelante”. Y, justamente, me cuadraron las fechas de las vacaciones. Y me aventuré a ir y así lo conocí. 

¿Cómo fue su primera peregrinación?

En la primera peregrinación a Medjugorje, yo recuerdo que iba con ilusión, con ganas de conocer. Es fácil imaginarse que, cuando uno va a un sitio, se informa, pregunta a unos y a otros, pero, lógicamente, no sabía a lo que iba. Mi predisposición era ir abierto. Pero, sí que iba con ciertos prejuicios, ¿eh?, diciendo “bueno, ya veremos qué es lo que me voy a encontrar allí, qué tipo de gente me voy a encontrar y a qué tipo de gente voy a acompañar”. Iba abierto, pero con algunos prejuicios que, evidentemente, la Virgen se encargaría de desmontar a lo largo de la peregrinación. Cuando veía la sinceridad de la gente, cuando veía la conversión, cuando veía los frutos. Los frutos evidenciaban que algo estaba ocurriendo. Y benditos frutos en la gente. Gente que antes no creía, y ahora creía. Gente que, aún creyendo, me compartían que vivían una vida fría —así me lo expresaban— y que, gracias a la Virgen, habían vivido una segunda o, incluso, una tercera conversión. Y, así, fueron poco a poco desmontándose esos prejuicios, viendo que los frutos del encuentro con María les llevaban a cambiar.

¿Cómo ayuda la experiencia de Medjugorje en su ministerio?

En el regreso, las varias peregrinaciones que he hecho a Medjugorje me han ayudado mucho. Muchísimo. Encontrarse con una Madre, con el cariño de una Madre, siempre nos fortalece interiormente. Sobre todo, también me ayuda mucho a algo que, a día de hoy, creo que en la vida de la Iglesia —esto es una opinión personal, ¿eh?—, pues se tambalea un poco, que es la identidad sacerdotal. Una identidad que tiene que estar basada en sentirse hijo amado por una Madre y por un Padre, porque la Madre siempre me lleva al Padre y a Su Hijo Jesús. Esto, que lo digo teóricamente, en Medjugorje ya no lo vivo teóricamente, sino en clave de experiencia. En Medjugorje y en muchos otros sitios, lógicamente. Pero, especialmente, en Medjugorje. Por eso, siempre que vuelvo, Le doy muchísimas gracias por sentirme hijo amado. No soy un huérfano de Madre del Cielo, sino que me siento un hijo amado de Ella. Uno de los frutos que vi después de mis peregrinaciones, especialmente de la primera, porque supuso una conversión a María, aún siendo sacerdote, fue la necesidad de rezar el Rosario. Hasta entonces, el Rosario era una oración más, más que respetable, faltaría más, una cosa no quita la otra. Pero, bien es verdad, que en el seminario los martes rezábamos el Rosario y a mí me costaba, sinceramente. A mí no me nacía rezar el Rosario. Y, a día de hoy, lo necesito. Y así lo hago. Intento fomentar el rezo del Rosario porque ¡es que me lo creo! Y no es por cumplir, no es desde el cumplimiento. Todo lo contrario, es desde la pura necesidad. Tras una peregrinación siempre se renueva mi deseo de volver a la Madre, y no solo personalmente, sino también de invitar a la gente a descubrir que tiene una Madre, y que no podemos vivir con una orfandad, a la cual, Dios no nos llama y, a la cual, Jesús no nos llama tampoco

¿Qué le diría a un sacerdote que aún no haya venido a Medjugorje?

A un sacerdote que pueda tener prejuicios por lo que está pasando en Medjugorje, yo le invitaría a lo que Jesús nos invita: “venid y lo veréis”. A veces, hay que rendirse ante la evidencia de los frutos. Más allá no se te pide. Si me estás escuchando, sacerdote —o si me estás escuchando, laico— no se te pide que creas. Simplemente, yo te invitaría a que abrieras los ojos y vieras los frutos que se producen en la gente que viene. Es precioso ver, cómo en distintas peregrinaciones, de las cuales he sido testigo, hay gente que no creía y que después cree. Y no es el fervor del momento. Mucha gente podría decir que la gente cree por autosugestión. ¡Pues bendita autosugestión, si creen y cambian su vida!, ¿no? Yo invito a ver los frutos, a abrir los ojos y descubrir cómo aquí está ocurriendo algo muy especial. No porque podamos tocar a la Virgen, que alguno a lo mejor tiene la suerte, y esa gracia —solo la Virgen lo sabe y la persona en sí— sino por los frutos. Ver gente que, después de la peregrinación, tiene ganas de volver. No solo de volver a Medjugorje, que también, sino volver a sus parroquias, buscar la Eucaristía. Para mí, eso es una garantía de que algo está ocurriendo. También es un criterio de veracidad, de que algo está ocurriendo, cuando uno escucha que la Virgen, supuestamente, en los mensajes nos invita a que, si hay que elegir entre una aparición o ir a la Eucaristía, nos dice que vayamos a la Eucaristía. Por tanto, hay una serie de cosas que huelen a Cielo. Yo, simplemente, si me estás escuchando, yo te animaría a que lo descubras, a que vengas, a que lo encuentres, a que te abras y a que veas los frutos. Lo que me ha pasado a mí te puede pasar a ti.

¿Qué lugar de Medjugorje es el más especial para usted?

Si se me pregunta cuál es el sitio más especial de Medjugorje, por las distintas veces que he venido, yo podría decir que todos. Todos. Y eso, ¿qué significa? Que no hay para mí ningún sitio específico donde esté la Virgen de una forma especial. Siento Su presencia —creo que me entendéis cuando digo esto, que siento Su presencia— siento el cariño de la Virgen y de la Madre en la Eucaristía, en la Adoración al Santísimo, en la parroquia, y de una forma especial en el lugar de las apariciones, en la cruz azul. Y, evidentemente, en el Križevac, haciendo el Vía Crucis. Si se me pregunta “¿qué sitio especifico?”, pues yo creo que la Virgen no espera que vayamos a un sitio para encontrarse con un hijo. La Virgen se vale de todos los sitios, cuando venimos aquí a Medjugorje. Al igual que cuando estamos en casa ¿eh?. La Virgen no espera un lugar, sino que espera un momento. Y, en el momento en que estamos abiertos, es cuando la Virgen aparece en nuestra vida.   

Medjugorje, mayo 2022.

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